viernes, 10 de junio de 2022

Reencuentros

 El tiempo pasa, los pueblos evolucionan, la moda varía, algunas personas cambian, pero las montañas permanecen impertérritas al ritmo vertiginoso de la sociedad actual. El intento por socializar y acercar la alta montaña a civilización choca cual patético escaparate de paisajes de destino turístico en alguna postal, o en rutas guiadas de algún paquete turístico para un fin de semana con el aderezo de “deportes de aventura”. Pero ellas siguen ahí, esperadote con distinto vestido según la época del año en que la visites, es sincera y noble, te expone claramente sus reglas de juego, y evitarlas sólo equivale a mentirte a ti mismo. Si la aceptas te enseñara sus secretos más íntimos, y te hará vivir pasiones que nunca pensantes sentir. Esta pasión atraviesa fronteras y tiempos. Aunque permanezcáis largo tiempo sin poder veros el reencuentro siempre será sincero y profundo. Es la forja de grandes amistades, profundos sentimientos y los odios más intensos. La montaña. Y entre ellas un diamante de los Pirineos, el Vignamal, con su cara más austera fría y sobria, su cara Norte.


Hacía más de 7 años que no te veía, estas como siempre majestuosa, desafiante y temible. Hoy he vuelto a verte, y has vuelto a apasionarme y hacerme sentir vivo. Me viene a la mente una frase que marcó parte de mi destino “saber que puedo morir me hace vivir”.

Semana Santa de 2005, llego a Gavanie por la noche y las veraces reseñas de amigos glaciaristas nos hacen descartar el plan inicial de escalar el muro de Gavarnie por alguna de sus cascadas clásicas. Aún nos quedan muchas tareas pendientes en ese gélido muro y este invierno ha dicho que por este año se acabó el juego, debe dejar paso a los colores de la primavera. Lastima, este invierno ha estado pletórico de fluido glaciar y a los que nos gusta este elemento podemos sentirnos satisfechos.

Toda una semana por delante y sin un plan concreto. Hace mucho calor en un sitio que en el que el mercurio debería estar por debajo de los cero grados. La opción más sensata es el esquí de travesía. Realizamos una corta excursión por un pico cercano a la estación de esquí de Gavarnie y apreciamos lo seca que está la cara norte del Tallón. La Oeste según los comentarios de las cordadas con las que tropezamos nos hacen desecharla por completo, a no se que la ataquemos con los gatos. En esa oscura pared Oeste se fraguaron viejas experiencias intensas con amigos que ya no están. Cuantos recuerdos en un solo día. Casi puedo recordar sentimientos vividos en cada esquina de esta montaña hace mucho tiempo. Lo único que permanece de la escalada son las sensaciones, es el sedimento de esa experiencia vital compartida con otras personas o en solitario lo que permanece en los rincones de la memoria y el cual deseamos volver a sentir, a reencontrarnos con ellas.

Definitivamente optamos por un plan interesante, sugerente y aunque ya conocido, nuevo por el método: subir la cara norte del Vignamal por la vía se los seracs con el posterior descenso desde el Petit Vignamal con los esquís, con la pretensión de enlazarlo en una sola jornada. Un reto sin excesiva dificultad técnica pero con el aliciente de la de polivalencia y el valor añadido del largo descenso con las tablas. El plan ideado por Ander nos llega a motivar y despierta la chispa que es necesaria para realizar este tipo de aventura de largo fondo. Otra vez nos ha engatusado con sus ideas locas, joder.

Suena el despertado a las 5 de la noche en Pont de Espagne y desearías dedicarte al golf en lugar del alpinismo. Frío, mucho frío, tanto que te hace olvidar de repente todos los vanos problemas del día a día. Tu preocupación pasa por que no se te enfríen demasiado las manos mientras te preparas para salir. Un desayuno liviano pero rico en hidratos de carbono, el último repaso al material, nos calzamos las tablas y comienza la letanía.

Siempre he pensado que las aproximaciones con frontal tienen algo especial. De repente te sumerges en la sensación de incertidumbre que tiene el alpinismo, el cuerpo se prepara inmediatamente para un nuevo estado de animo y los sentidos se alertan para prevenir cualquier peligro. Los olores son más nítidos, los sonidos más claros, los colores más intensos y las sensaciones son más profundas que en cualquier otro lugar que haya conocido.

Cuando por fin llegamos al lago helado la luz del día nos da la bienvenida. Desde ese punto podemos contemplar la magnifica cara norte del Vignamal y dentro de ella nuestro objetivo para hoy. Nos empezamos ha hacer una idea de lo larga que va a ser la jornada. Nuevos recuerdos de épocas y aventaras pasadas afloran en mi mente. Ha pasado mucho tiempo, pero todo sigue en su sitio, salvo los que ya no están.

Seguimos remontando el valle hasta llegar al refugio de Olettes de Gaube. Son las 11 de la mañana y desde aquí todo se ve más grande. Hay gente el Gaube y algunos traveseros dirección a la normal del Vignamal. La temperatura ha subido hasta hacernos sudar. Nos queda lo más dura de la jornada, la empinada pala por el glaciar hasta la base de los seracs.


Una hora de sufrimiento con muchas vueltas marías y llegamos debajo del amenazante muro de hielo, el cual se presenta en un caos de equilibrio inestable. Cambiamos el disfraz de esquiador por el de alpinista y nos lanzamos a atacar la vía.

Es una vía curiosa, cargada de variopintas versiones. En el alpinismo invernal es difícil escalar una vía dos veces en las mismas condiciones, pero al tratarse de una trazado en un glaciar y especialmente entre seracs las condiciones se vuelven extremadamente cambiantes en una misma temporada, pudiéndose presentar desde sencillo hasta extremadamente difícil. Nos encontramos algún resalte que nos hace plantearnos sacar la cuerda y montar algunas reuniones a tornillos. El hielo de glaciar es extraño, sedimentario, antiguo, muy antiguo, mientras sale expulsado por el tubo de los tornillos nos habla de viejas historias, de cuando el primer hombre se acercó por esas montañas hace varios siglos, y de cómo se le temía y veneraba a su vez. Nuestra historia es más moderna y le explicamos que le comprendemos, que somos sus amigos, que venimos a disfrutar con él y no nos gusta ni la dinamita, ni los remontes mecánicos, ni las telesillas. Acepta nuestra amistad y nos deja subir por él con dulzura. Nos deja clavar nuestras herramientas y ganar altura con rapidez. Nos despedimos como se despiden los viejos amigos, con la sinceridad del que se comunica sin la necesidad de expresarse verbalmente.

 

Situados en la pala sobre los seracs, ascendemos con mayor rapidez. La pendiente es pronunciada pero las herramientas nos ofrecen seguridad, con lo que decidimos desencordarnos. Nos encontramos con algún tramo delicado de roca bajo la nieve blanda que nos hace movernos con mayor cuidado. Sentimos la tranferencia de la seguridad del hierro en los cantos de roca.

Una hora después llegamos a un collado en la arista que une todo el cordal del Vignamal. Una corta escalada en roca donde rechinan y se quejan con sus gritos los crampones y por fin llegamos a la ansiada cima del Petit Vignamal.


El paisaje es soberbio. Hace 15 años estaba en esta misma cima con otros amigos en otro tiempo, donde existía más ambición que cordura. El aire es el mismo, las sensaciones siguen siendo igual de intensas. Me hace recordar porque lo hacemos, porque sufrimos tanto por un éxito inútil. Pienso que es muy difícil de explicar a quién no conozca esta sensación, y los que la han vivido lo comprenden perfectamente. Es por lo que siempre buscamos el reencuentro con ella. Pienso que ojalá no me gustara tanto, y que esta relación fuera menos tormentosa e intensa.

Los breves instantes de la cumbre son la culminación del reencuentro con nosotros mismos, nos hace reflexionar y ver todo desde la perspectiva del que lo ve todo pequeño, que todo tiene solución. Que vanales se ven nuestros mundanos problemas del valle. Todo se vuelve relativo. Llegas a acariciar el infinito.



Pero aún queda lo mejor. Un descenso placentero con las tablas de más de 1.200 metros, sin ninguna dificultad reseñable. Quitamos las focas, nos calzamos los esquís y a disfrutar de esta preciosa nieve. El cansancio hace mella en las piernas y el esquiar con tanto material se vuelve un poco delicado. Un par de revolcones en la nieve y llegamos de nuevo al refugio. El resto del descenso hasta el coche es mucho más suave y nos obliga a remar en algunos cortos tramos.

Definitivamente llegamos al coche a las 7 de la tarde, prácticamente anocheciendo, exhaustos pero con la sonrisa floja de felicidad por el reencuentro con un gran y viejo amigo. Hasta siempre, ojalá que sea hasta pronto. Te deseo lo mejor en tu viaje.

Actividad realizada por Ander Castellón, Igor Alzelai y Miguel A. Aguiar (UME Gavà) el 20/03/05.

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